Este es un blog sobre explicaciones acerca de conceptos relacionados con el tema de inmunología de 2º de Bachillerato. Puede ser de utilidad para preparar el tema en la EVAU y contiene información adicional y vídeos.
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domingo, 7 de mayo de 2023
Cómo afecta el VIH al sistema inmunitario
Alteraciones en el sistema inmune
Concepto de antígeno
¿Qué es un antígeno?
Se reconoce como antígeno a cualquier sustancia que pueda desencadenar una respuesta inmune y estimular la producción de anticuerpos. Esta puede ser un virus, una bacteria (o un componente en específico de esta), una proteína, e incluso el tejido propio de un mismo organismo (en caso de una enfermedad autoinmune), entre otros muchos ejemplos. El nombre de antígeno deriva de la expresión inglesa "antibody generation". Cada antígeno está asociado a un anticuerpo en concreto, debido a que estas partículas foráneas presentan puntos a los que las inmunoglobulinas se pueden unir, llamados epítopos o determinantes antigénicos (son diferentes en cada antígeno, y un mismo antígeno puede presentar varios puntos de unión de distintos tipos), mientras que la zona del anticuerpo con la que se une al agente exógeno se denomina paratopo y pertenece a la región variable.
Los antígenos se pueden clasificar en inmunógenos, tolerógenos y alérgenos. Un tolerógeno es una partícula que no genera una respuesta inmunitaria cuando presenta cierta forma molecular, pero, si esta se modifica, sí se activarían los mecanismos de defensa. Un inmunógeno provoca una respuesta inmune. Los alérgenos son sustancias que provocan una reacción alérgica tras cualquier tipo de contacto con ellos.
Asimismo, es también posible dividir a los antígenos en función de su origen en exógenos, endógenos, auto-antígenos, nativos y tumorales.
Los antígenos exógenos son aquellos que han entrado en el cuerpo desde el exterior (por ejemplo, tras ser inhalados, ingeridos o inyectados). Estos son fagocitados por células fagocíticas, que los fragmentarán para después ser presentados a los linfocitos T colaboradores vía el complejo de histocompatibilidad. Entonces, estos se activarán y comenzarán a segregar citoquinas, una sustancia que funciona como señal para que empiecen a trabajar los linfocitos B, los fagocitos y los linfocitos T citotóxicos.
Se denomina antígenos endógenos a aquellos que se crean dentro de una célula perteneciente al organismo. Puede ser un producto del metabolismo o de una infección bacteriana o viral. Estos antígenos se hallan en la superficie celular en forma de complejo con moléculas MHC de clase I. Al detectarlos un linfocito T citotóxico activado, comenzará a liberar sustancias que provocarán la muerte de la célula infectada con el fin de evitar la propagación del cuerpo extraño. Para que estos linfocitos no sigan destruyendo células que presenten proteínas propias del organismo, se eliminan.
Se conoce como auto-antígeno a la proteína o molécula de ADN o ARN, generada por el propio organismo, que desencadena una respuesta inmunológica como consecuencia de una enfermedad autoinmune. En condiciones normales, estas partículas no deberían provocar una reacción inmunitaria, pero sí lo hacen en el caso de las patologías autoinmunes debido a factores ambientales y/o genéticos.
Reciben el nombre de antígenos tumorales o neoantígenos aquellos que son presentados por moléculas MHC I o MHC II (MHC quiere decir "del complejo mayor de histocompatibilidad") situadas en la superficie de las células tumorales. Cuando estos antígenos solo se vislumbran en células tumorales, se denominan antígenos tumorales específicos o TSA (por sus siglas en inglés), y, comúnmente, son el resultado de una mutación específica. Son más frecuentes los antígenos presentados tanto por células tumorales como normales, conocidos como antígenos asociados a tumores. Los antígenos tumorales pueden presentarse en la superficie de un tumor. Si estos antígenos son reconocidos por los linfocitos T citotóxicos, dichas células tratarán de destruirlos para evitar que se propaguen y generen metástasis.
Un antígeno nativo es aquel que mantiene su forma original y que no ha sido fragmentado aún por células presentadoras de antígenos. Solo los linfocitos B pueden reconocer este tipo de antígenos sin ayuda de un fagocito, pero no sucede lo mismo con los linfocitos T, que necesitan que se les presente el agente extraño dividido en porciones pequeñas para activarse.
BIBLIOGRAFÍA
Qué es un antígeno: tipos y cómo los combaten los anticuerpos (que.es)
La respuesta inmunitaria
Descripción de la respuesta inmunitaria
El cuerpo cuenta con la capacidad para detectar sustancias que podrían resultar una amenaza para sí mismo -denominadas antígenos-, así como con la de combatir a las mismas a modo de autodefensa.
Cuando una sustancia extraña entra en contacto con el cuerpo, encuentra barreras como la piel, la mucosa (concretamente, la situada en la tráquea, nariz y boca), el ácido estomacal y las lisozimas (enzimas de función defensiva). Si logra flanquear estos mecanismos de defensa, se presentan para combatirlo fagocitos, células natural killer (estas son un tipo de leucocitos que destruyen células infectadas por virus y células tumorales, y se diferencian de los linfocitos B y T en que pertenecen al sistema inmune innato. Asimismo, están involucrados en el rechazo de trasplantes y el mantenimiento del embarazo) y betaglobulinas (proteínas sanguíneas que presentan cierta movilidad en soluciones alcalinas o soluciones cargadas). Si estas defensas también fallan o son insuficientes, entran en juego los linfocitos T y B y los anticuerpos. Es menester mencionar que todos los mecanismos citados antes de los linfocitos constituyen la inmunidad innata, que actúa siempre con la misma intensidad porque carece de "memoria". En cambio, los linfocitos representan la inmunidad adquirida (el individuo las ha ido desarrollando a lo largo de la vida, es decir, tras el nacimiento), puesto que, tras entrar en contacto por primera vez con un antígeno, generarán "memoria" y lo combatirán con mucha más intensidad en la segunda exposición.
Volviendo a lo anterior, el primer tipo de célula que interviene tras la entrada del inmunógeno al organismo es el macrófago, que fagocita al agente extraño y lo divide en pequeñas partes para luego reexpresarlo en su membrana junto con moléculas propias propias (sistema mayor de histocompatibilidad). Luego, los linfocitos T colaboradores o helper se unen al antígeno que presentan los fagocitos, y fruto de esta cópula se dan la activación definitiva de los macrófagos y la preactivación de los linfocitos T colaboradores. A continuación, el macrófago emitirá interleucina I, la cual será captada por los linfocitos T colaboradores mediante sus receptores, provocando su completa activación. Los linfocitos T colaboradores comenzarán a dividirse, produciendo células hijas capaces de reconocer al antígeno, y, a su vez, segregarán interleucina II, que fomenta la división de las células de su tipo (tanto maduras como recientes) y activa a otras células como los linfocitos T citotóxicos, los monocitos, los linfocitos B y las natural killer de forma que reconozcan al mismo inmunógeno. Las células se dividirán y producirán interleuquinas para activar a otras células. Los linfocitos T citotóxicos liberarán linfocinas, una sustancia destinada a destruir microorganismos patógenos y células infectadas por virus (como curiosidad, también destruyen células tumorales y son responsables del rechazo de los trasplantes). Simultáneamente, tras ser activados, los linfocitos B, que reconocen al antígeno sin que se les sea presentado, comenzarán a dividirse y a producir anticuerpos o inmunoglobulinas, que son glucoproteínas destinadas a anular el carácter dañino del agente foráneo. Una vez se haya logrado vencer la infección , los linfocitos T supresores detendrán la reacción inmunitaria. El hecho de que los linfocitos T supresores no funcionen podría ser un indicio de enfermedad autoinmune.
Hasta ahora solo se ha explicado acerca de la inmunidad celular, pero lo cierto es que esta actúa en conjunto con la inmunidad humoral, cuya labor recae fundamentalmente en unas glucoproteínas solubles en la sangre producidas por los linfocitos B, denominadas inmunoglobulinas o anticuerpos. Algunos linfocitos B pueden especializarse en la creación de un tipo concreto de anticuerpos, y, aquellos antígenos que no requieren de la actuación de linfocitos T colaboradores para comenzar a producir anticuerpos contra ellos se denominan Antígenos T-independientes, y suelen ser lípidos o polisacáridos. Estas proteínas pueden desempeñar varias funciones, como la de neutralizar un cuerpo extraño para anular su carácter dañino reaccionando con él, la de unirse a él y marcarlo para indicarle a un fagocito pueda reconocerlo y así destruirlo, o la de crear entramados de antígenos y anticuerpos. Lo explicado en esta última oración se debe a que cada anticuerpo promueve un modo de actuación diferente (algunos inhiben los antígenos y otros promueven que estos sean fagocitados). Es menester destacar, asimismo, la existencia de otras proteínas solubles en el plasma sanguíneo, procedentes del sistema de complemento, que "taladran" las membranas celulares de células patógenas como pueden serlo las bacterias, provocando su muerte.
Retomando la cuestión de los anticuerpos, estos, como ya se ha mencionado antes, son glucoproteínas solubles en el plasma sanguíneo. Estas tienen una estructura terciaria y generalmente presentan una forma de Y, formada por otras cadenas polipeptídicas de tipo H (heavy o pesadas) y L (light o ligeras), unidas por entre sí por enlaces disulfuro, y, cuyos extremos constituyen la parte variable, que es la zona por la que la inmunoglobulina se une al antígeno. Además, cada anticuerpo presenta dos áreas con las que unirse a un cuerpo extraño. Lo restante de las cadenas es la porción constante, mediante la cual puede unirse la proteína a otras células del sistema inmunitario pero no a los antígenos. Adjuntos a la porción constante presentan sustancias de naturaleza glucídica, lo cual las convierte en glucoproteínas. Existen cinco tipos de inmunoglobulinas; Ig G, Ig A, Ig M, Ig E e Ig D, y esta clasificación se establece debido a que presentan tanto diferencias morfológicas como funcionales.
El tipo de anticuerpos más abundante en el organismo es el Ig G, con un 80% del total. Se emplean contra virus y bacterias, son monómeros y pueden transmitirse al feto debido a la capacidad de estos para atravesar la placenta.
Las inmunoglobulinas A se agrupan en dímeros o trímeros y están presentes en lágrimas, mucosa, saliva y leche materna (por lo que también se transmiten de las madres a la descendencia).
A diferencia de los anteriores, el Ig M se forma a partir de cinc subunidades unidas por enlaces disulfuro y son los primeros en aparecer al comienzo de la respuesta inmunitaria.
Los Ig E estimulan a los basófilos para que produzcan histamina, por lo que su papel en los fenómenos alérgicos es muy relevante.
Por último, los Ig D son anticuerpos de la superficie de los linfocitos B que actúan como receptores de antígenos específicos.
Las cuatro formas en las que un anticuerpo puede reaccionar con un antígeno son precipitación, opsonización, neutralización y aglutinación. El primer proceso se da cuando el antígeno está disuelto en los líquidos corporales. Esto provoca que se obtenga, como resultado, un complejo antígeno-anticuerpo que no pueda disolverse. Se crean también entramados de este estilo en el caso de la aglutinación, que es posible debido a la capacidad de un anticuerpo para unirse a dos antígenos a la vez y al hecho de que una célula como lo pueden ser las bacterias puedan presentar más de un antígeno. En la neutralización, las inmunoglobulinas se unen a toxinas o virus, tornándolos inactivos y acabando así con su capacidad para dañar al organismo. La opsonización consiste en la unión de anticuerpos a un antígeno (generalmente, una bacteria), con el fin de señalizarlo, para que sirva a los fagocitos de indicación sobre las células que estos han de ingerir.
Es pertinente destacar que la primera respuesta inmunitaria frente a un cuerpo extraño no se desarrolla de la misma forma que las que ocurren en las exposiciones posteriores a ese mismo agente exógeno. Durante el primer contacto, se necesita que las células fagocíticas procesen el antígeno y se lo presenten a los linfocitos T colaboradores, y, a su vez, estos deberán activar a los linfocitos B. Al tiempo que se requiere para que la activación de las células que van a participar se le denomina periodo de latencia, y es la primera etapa de la respuesta inmune primaria. A esta le sigue la fase de producción de anticuerpos, en el que, a su vez, se observan una etapa de producción de anticuerpos con un máximo y un mínimo. El individuo es más vulnerable en la primera infección porque no posee las inmunoglobulinas requeridas, y sus células no están especializadas en combatir ese cuerpo extraño. En ocasiones, el organismo necesita semanas o meses para haber producido la cantidad necesaria de estas glucoproteínas como para acabar con la infección. Mientras tanto, en el caso de la respuesta inmune secundaria, la fase de activación es mínima, puesto que se dispone de células B de memoria, que son linfocitos más longevos especializados en combatir el antígeno con el que se han topado anteriormente, y que no necesitan ser activadas. Además, segregan niveles de anticuerpos de cien a mil veces más elevados que los linfocitos B comunes. Es por eso que la respuesta inmune secundaria tiene menor duración que la primaria, y cabe destacar que en muchos casos se llega a erradicar la infección antes de que el sujeto comience a manifestar signos de enfermedad. Asimismo, en la respuesta inmune secundaria, el nivel de inmunoglobulinas específicas suele permanecer alto por más tiempo y presenta un decrecimiento más sostenido. Los anticuerpos que se producen en la respuesta primaria son de tipo M principalmente, aunque también se segregan en pequeñas cantidades los de tipo G; mientras que en el caso de la secundaria se da una producción masiva de Ig G y se emiten en menor medida Ig M, Ig A e Ig E.
Pero los anticuerpos frente a determinados cuerpos extraños no solo se producen cuando el individuo enferma, sino que existen también otras formas de obtenerlos. Hasta ahora, solo se ha explicado en el blog acerca de la inmunidad natural activa, que consiste en la elaboración de anticuerpos propios por parte del organismo para combatir contra un determinado antígeno.
Una forma natural de que un individuo lactante consiga inmunoglobulinas es que se le dé el pecho, puesto que los anticuerpos se los puede transferir su madre a través de la leche materna. Otra vía de cesión de anticuerpos es la materno-fetal, en que el feto adquiere estas proteínas de la placenta.
Las inmunoglobulinas pueden obtenerse también de manera artificial. Se puede desdoblar de igual forma esta alternativa en inmunidad artificial activa y pasiva. La inmunidad artificial activa es aquella en la que se induce una respuesta inmunitaria por parte de un organismo, así como la creación de anticuerpos frente a un determinado antígeno. Esto se consigue mediante la vacunación, proceso en el cual se inyectan inmunógenos atenuados o inactivos a un individuo para que su cuerpo genere anticuerpos y linfocitos B de memoria. El sujeto no desarrollará la enfermedad y los efectos de este método preventivo durarán un periodo de tiempo en concreto, puesto que las células de memoria morirán eventualmente y se necesitará recibir una dosis de refuerzo. Este procedimiento simula una reacción inmunitaria primaria que hará que los síntomas de la enfermedad causada por el antígeno al cual estaba destinada la vacuna no se manifiesten en el segundo contacto, o que estos sean más leves. En el caso de la inmunidad pasiva, esta no induce la creación de anticuerpos por parte del organismo, sino que estos son introducidos directamente en el cuerpo de un paciente con fines curativos. Este método consiste en la extracción de plasma sanguíneo de un animal previamente vacunado contra un antígeno para inyectárselo a un ser humano. Es importante destacar que, de tener que realizarse este tratamiento varias veces, no se pueden emplear anticuerpos procedentes de la misma especie animal que en la ocasión anterior porque el receptor habrá generado inmunoglobulinas contra ellos y los destruirá. Los sueros se emplean para tratar afecciones como la rabia y las intoxicaciones por toxinas procedentes de otros seres vivos.
Existe una glucoproteína llamada interferón, la cual es segregada por células cancerígenas o infectadas por virus con el fin de alertar a sus homólogas sanas y así evitar la proliferación de tumores o infecciones.
BIBLIOGRAFÍA
Respuesta inmunitaria: MedlinePlus enciclopedia médica
La respuesta inmune (cienciaybiologia.com)
Células NK: qué son y qué funciones tienen en el cuerpo humano (psicologiaymente.com)
Inmunidad_humoral (quimica.es)
Inmunidad primaria y secundaria (unprofesor.com)
12 diferencias entre la respuesta inmunitaria primaria y secundaria - (microbiio.info)
¿Qué es un Interferón? – Centro de Biotecnología (centrobiotecnologia.cl)
Concepto de inmunidad e introducción a la inmunidad celular.
¿Qué es la inmunidad?
Se denomina inmunidad a la defensa contra las infecciones (y contra cualquier cuerpo extraño) que atacan al organismo, así como al hecho de que un individuo se encuentre libre de enfermedades. La inmunidad también está implicada en el reconocimiento de los componentes propios del cuerpo, pues, si se encuentra algo que se reconozca como un elemento foráneo, se iniciará una respuesta inmune para inhibirlo o para destruirlo.
Existen dos tipos de inmunidad: celular y humoral, siendo la primera la más frecuente.
Inmunidad celular
La inmunidad celular es la de mayor vigencia y la generan unas células sanguíneas conocidas como leucocitos o glóbulos blancos. Estos se pueden clasificar en granulocitos o polimorfos nucleares, que poseen gránulos en el citoplasma, así como un núcleo multiglobulado; y agranulocitos, que carecen de gránulos citoplásmicos. A su vez, los granulocitos pueden dividirse en otros tipos conforme el colorante que deba emplearse para teñir sus gránulos: eosinófilos (se pintan con colorantes ácidos como la eosina), neutrófilos (colorantes neutros) y basófilos (tintes básicos); y los agranulocitos se ramifican en linfocitos (de tipo B o T, dependiendo de si maduran en el bazo o en el timo) y monocitos.
Cabe destacar que algunos glóbulos blancos pueden realizar la fagocitosis, es decir, que son capaces de ingerir un cuerpo extraño con su membrana para introducirlo en su interior y digerirlo. A estos se les denomina macrófagos, y, además de colaborar en la defensa del organismo destruyendo agentes exógenos, participan en la activación de los linfocitos T citotóxicos, de los que se hablará más adelante. Este tipo de células fagocitarias también ingiere y digiere células muertas y dañadas, a modo de "reciclaje".
El proceso de fagocitosis comienza cuando el fagocito reconoce las estructuras expresadas en la superficie de un cuerpo extraño al que se denomina antígeno (puede ser una bacteria, una toxina, un componente de la superficie de una célula, entre otros) y se adhiere a ellas, activando la emisión de pseudópodos. Estas son estructuras que prolongan la membrana celular del leucocito hasta englobar al agente exógeno en una vacuola fagocitaria o fagosoma. Una vez incorporada la partícula foránea, se fusiona un lisosoma (que es una vesícula que contiene enzimas de digestión) con el fagosoma y vierte su contenido enzimático en la estructura que engloba el antígeno con el fin de digerir este (a este último proceso de digestión se le llama digestión intracelular). Este proceso consiste, a grandes rasgos, si es realizado por glóbulos blancos, en la incorporación de partículas grandes para ayudar al sistema inmunitario a luchar contra agentes exógenos, y es un tipo de endocitosis que se diferencia de la pinocitosis en que este último proceso tiene como fin el de incorporar nutrientes (y lo puede realizar cualquier tipo de célula).
Como curiosidad, la fagocitosis la realizan también los protozoos para incorporar nutrientes a su organismo.
Algunos de los leucocitos que pueden realizar la fagocitosis son los neutrófilos, los monocitos (no presentan un citoplasma granulado) y los eosinófilos.
Los neutrófilos o micrófagos son unas de las primeras células que reaccionan ante la presencia de antígenos, así como el tipo de leucocito más abundante en el cuerpo. Se producen en la médula ósea y son liberados a la sangre para que puedan trasladarse a donde sea necesario, y, cuando se requiere de muchas células de este tipo, se liberan también grandes cantidades de cayados, es decir, neutrófilos inmaduros. Estas células solo suelen vivir horas o unos pocos días. Contienen un núcleo de cromatina segmentado entre dos y cinco glóbulos que se unen por delgados puentes, y sus gránulos citoplásmicos presentan enzimas destructoras y fagocitina (sustancia bactericida). Los monocitos son otro tipo de leucocitos que se elaboran en la médula ósea, y que, cuando son liberados, viajan por los tejidos del organismo, donde se convierten en macrófagos. Constituyen la segunda línea de defensa y, junto con los micrófagos, fagocitan antígenos "puros", o bien, para detener su acción dañina, o bien, para presentarle los fragmentos a los linfocitos T citotóxicos, activando una respuesta inmunológica.
A diferencia de los dos anteriores, los eosinófilos son leucocitos de citoplasma granulado fagocitan complejos antígeno-anticuerpo. Asimismo, sus gránulos liberan sustancias que contribuyen a la destrucción del patógeno. Estos glóbulos blancos se crean en la médula a partir de células madre y viajan por el organismo al igual de las demás.
Otros tipos de leucocitos relevantes son los basófilos, unos granulocitos y polimorfos nucleares (comparten esta última característica con los neutrófilos y los eosinófilos) que constituyen el 0,5% del total de glóbulos blancos. Sus gránulos son gruesos y poco numerosos, y la función de estas células es la de liberar histamina, pequeñas dosis de serotonina y otras sustancias. Sus gránulos pueden ser azurófilos (contienen lisosomas con hidrolasas ácidas) o específicos o secundarios (contienen sustancias vasodilatadoras como la histamina y el heparan sulfato, anticoagulantes como la heparina y compuestos que contraen los músculos lisos de las vías aéreas como los leucotrienos). La histamina provocará una dilatación de los vasos sanguíneos, aumentando, por consiguiente, su permeabilidad para que los anticuerpos, neutrófilos y macrófagos puedan transferirse a los tejidos y combatir allí la infección.
En cuanto a los linfocitos, estos son glóbulos blancos que carecen de gránulos citoplásmicos. Constituyen el 30% de todos los leucocitos sanguíneos, y están presentes también en los ganglios, el bazo, el timo y el apéndice vermiforme. El tamaño de estos es variable, pues este oscila entre las 6 y 30 micras, aunque la talla de un linfocito maduro promedio es de entre 6 y 15 micras. Ambos se crean, al igual que en el caso de las células anteriores, a partir de células madre en la médula ósea, y, dependiendo dónde maduren, se tornarán de tipo T o de tipo B y tendrán una función u otra.
Los linfocitos T o timocitos maduran en el timo durante un proceso en que se crea un complejo de receptores para la célula, adquiriéndose las proteínas de la membrana CD4 o CD8. Una vez listos, se desplazan a órganos linfoides y esperan una señal de activación (pues los linfocitos T no pueden comenzar una respuesta inmunitaria por sí solos). Para ser activados, requieren de una unión con el antígeno o con parte de él (esta función la realizan las células fagocíticas, quienes les presentan fragmentos del agente exógeno) y de una estimulación a base de citoquinas. El tipo de citoquinas a las que se expongan también determinará la subdivisión a la que pertenecen dentro de la categoría de linfocitos T (así como su papel). De esta forma, los CD4+ se convierten en linfocitos T colaboradores o Helper (activan a los linfocitos B para que produzcan anticuerpos) y los CD8+ se tornan en citotóxicos o citolíticos (destruyen a las células infectadas por virus para impedir que el patógeno se propague a las demás, así como a las células tumorales). Existen otros tipos de linfocitos T, como los supresores (paran la respuesta inmunológica inhibiendo a los demás linfocitos), los Th1, Th2, Th17, Th foliculares, T reguladores, T asesinos naturales y T de memoria.
En cambio, los linfocitos B maduran en el bazo (aunque, durante el desarrollo fetal, estos se crearán en el hígado y madurarán también ahí). Estos participan en la inmunidad humoral creando unas glucoproteínas solubles en la sangre que se conocen como inmunoglobulinas o anticuerpos. Pueden reconocer un antígeno sin que se lo hayan presentado previamente, y, en el momento en que lo hagan, comenzarán a dividirse y se tornarán en células plasmáticas que liberarán gran cantidad de inmunoglobulinas específicas dirigidas a un determinado agente patógeno, con el fin de señalarlo o de neutralizarlo (es decir, de inhibir sus propiedades dañinas). Con el fin de reconocer al antígeno para poder producir los anticuerpos específicos para combatirlo, durante el proceso de maduración, estos leucocitos son expuestos a este agente con el fin de que lo reconozcan. Son capaces de identificar un cuerpo foráneo gracias a los receptores BCR de su superficie. Luego de luchar contra ciertas partículas extrañas, algunos linfocitos B se tornan en células memoria, las cuales tienen una vida más larga y podrán combatir la infección de forma más rápida e intensa (producen muchos más anticuerpos en menos tiempo) en caso de que vuelva.
BIBLIOGRAFÍA
Fagocitosis: https://www.tuasaude.com/es/fagocitosis/
https://medlineplus.gov/spanish/ency/esp_imagepages/19864.htm
https://www.quimica.es/enciclopedia/Neutr%C3%B3filo.html
https://www.cancer.gov/espanol/publicaciones/diccionarios/diccionario-cancer/def/monocito
https://www.misistemainmune.es/inmunologia/componentes/que-son-los-eosinofilos
https://www.quimica.es/enciclopedia/Bas%C3%B3filo.html
https://www.kenhub.com/es/library/anatomia-es/linfocitos
https://www.lecturio.com/es/concepts/linfocitos-t/
https://aulavirtual33.educa.madrid.org/ies.delibes.mejorada/pluginfile.php/25770/mod_resource/content/2/Inmunolog%C3%ADa.pdf
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